Vueltas y más vueltas sin solución

La otra noche coincidí con una vieja amiga que hacía mucho que no veía. Fue en el cumpleaños de otra amiga en común. La situación fue la siguiente: eran las dos de la mañana, la mayoría de la gente bailaba al son de “Fiebre del sábado noche”, yo tenía un sueño abrumador y ella estaba en la barra pidiendo un gin-tonic al barman. Me acerqué a preguntarle cómo estaba. Su mirada desprendía cierta melancolía y algo de preocupación. Tras la banal conversación exigida en esta clase de situaciones, me dijo: “¿Te acuerdas de John? Creo que he tomado una decisión”. Yo me quedé estupefacta. ¿John? ¿El mismo John con el que no sabía si dejarlo o tener un hijo? No me lo podía creer.

Mi vieja amiga tenía el mismo problema que un año atrás, cuando nos vimos por última vez tomando un café. John, su pareja desde tiempos inmemoriales, la presionaba porque quería ser papá. Ella no quería tener hijos. El problema era evidente. ¿Qué debía hacer? ¿Dar el paso de tener hijos con John o decirle claramente que no quería tener y poner punto y final a su relación? La duda seguía vigente en su mente.

“Pero no puedes seguir así, cielo –le dije yo – Debes hablarlo con él”. Lo había hecho, y él tenía claro que quería ser padre. “Entonces, debes tomar una decisión para solucionar el problema”. Ella, entre sollozos, me empezó a enumerar un sinfín de soluciones poco viables a lo que yo le contesté, quizás un poco brusca: “¿Pero es que acaso no lo ves? La solución a tu problema es la más obvia de todas, es la más fácil y también la única que no quieres ver”.

Entonces, de regreso a casa, paseando agarrada del brazo de mi novio, acurrucados bajo el mismo paraguas, le relaté la conversación con mi amiga y él me contestó: “Es curioso. Ella lleva un año dando vueltas y más vueltas al problema y él, por lo que dices, vive el día a día sin preocuparse demasiado”. Era cierto. Un mismo problema y dos formas completamente distintas de verlo. Mi amiga, mujer, no paraba de pensar en lo mismo una vez tras otra…sin llegar a ninguna solución. No porque no la hubiera, sino porque no quería verla. Su pareja, hombre, pensó en ello cuando hablaron del tema. A la espera de una respuesta, dejó el tema aparcado y punto.

Tan sencillo que puede ser y tantas vueltas que damos nosotras a las cosas. Siempre en busca de quedar bien con todo el mundo, de encontrar una vía de salida sin herir a nadie, de hallar, no la solución al problema, sino la forma de salir ganando. Y, sin embargo, si os fijáis, la mayoría de problemas tienen solución y ésta suele ser la más evidente. Todo se complica porque no queremos solucionar el problema porque no nos gusta la forma de resolverlo y preferimos engañarnos.

Debajo de aquel paraguas, medio empapados por la lluvia que se colaba en los zapatos, me quedé pensativa un momento y entonces, sonriendo, le dije a mi novio: “Me encanta la forma de pensar de los hombres: simples y prácticos. No os complicáis la vida, la vivís y ya está”. Una semana después mi vieja amiga me llamó. A pesar de no quererlo, decidió poner fin a su relación porque era la solución al problema. Su pareja no tardó ni dos días en ir a buscarla: “Olvídate del niño; te quiero a ti”. Simple y contundente. Problema solucionado.