¿Nosotras esperamos y ellos nos rescatan?

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Si lees el cuento de Cenicienta a una niña, probablemente te pedirá que se lo vuelvas a leer al cabo de un rato o al día siguiente. Lo mismo sucede con Bella Durmiente, Rapunzel y tantos otros cuentos de hadas. Ya de pequeñas, a muchas de nosotras, nos fascinan los relatos de princesas con final edulcorado y los tópicos de toda la vida: la bruja mala, el dragón guardián y el príncipe valiente. De más mayorcitas nos parece que todo ha cambiado, que hemos “madurado” y, sin embargo, hemos visto cientos de veces Pretty Woman. No, no lo neguéis. También vosotras tuvisteis sueños eróticos con Richard Gere desnudo y bañado en fresas y champán francés.

Solamente hace falta preguntar cuál es la película más amortizada de la historia de la televisión, aquella que, pese a que pasen los años, se programa año tras año en horario prime-time y arrasa en audiencias. La respuesta siempre es la misma: Pretty Woman. Así es que alguien, muchos “alguienes”, deben mirarla. Y os aseguro que los hombres que se puedan contabilizar como audiencia son nuestros novios, parejas y maridos que, después de mucho insistir, ceden a nuestros deseos. Más tarde, al verla, también se ríen en la escena de la tienda y ponen carita de pena cuando suena Roxette al final de la peli. Pero quién elige verla por enésima vez somos nosotras.

¿Por qué será que con 30 años nos siguen gustando los cuentos de hadas? La hija del chófer en Sabrina, una alma atormentada y soñadora en Desayuno con Diamantes, una rica heredera aprisionada en una jaula de oro en Titanic y una prostituta de los 90 en Pretty Woman. Todas ellas, heroínas del celuloide del no tan lejano siglo XX, son Cenicienta. Siempre es la misma historia, la que nos han contado mil veces, la que pedimos volver a escuchar. Todas ellas son chicas que tienen un sueño, pero para alcanzarlo no luchan, esperan. Como la princesa custodiada por el dragón en lo más alto de la más alta torre…Esperan, esperan y esperan. ¿A qué? ¿A quién? A su caballero andante. Es él quien irá a rescatarlas de…No sabría decir si del malvado dragón o de sus propios temores sin fundamento. Y mientras esperan, el tiempo corre. Tic, tac, tic tac…Y la vida pasa.

¿Y si no llega nunca el apuesto caballero? ¿Y si el dragón no es tan malo como dicen? ¿Acaso no es mejor luchar por una misma? Somos capaces de todo. Todas y cada una de nosotras. Así que ¡basta! No nos podemos conformar en esperar algo que quizás no exista. Si pudiera hablar con la princesa de la torre, le diría: “Sal de ahí tonta, aquí fuera existe un mundo lleno de oportunidades. No te quedes sin la tuya”. Y entonces, en un mundo idílico, ella saldría solita de la torre y al encontrarse con el dragón se sorprendería de lo majo que es y se fugaría con él a vivir la vida.

Tengo a mi sobrina a mi lado. Me vuelve a pedir que le lea el cuento de Cenicienta. Es inevitable. Le fascina. Quizás sea cierto, y en cierto modo, y a pesar de tanta transgresión y rebeldía, nos gusta ser rescatadas. O quizás sea justo lo contrario. De hecho, el príncipe era un hombre gris que se sentía vacio antes de conocer a Cenicienta. Y en La Bella y la Bestia, sin duda mi historia favorita, es ella quien sube a la torre para liberar al príncipe oculto tras el monstruo gruñón. Así pues, ¿es Edward quién rescata a Vivian de la prostitución o es Vivian quién abre la jaula de oro y libera a Edward?

 

 

 

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